En el ejército me despojaron de
las dos cosas que había logrado conservar, la conciencia y el libre albedrío. He
matado mas de lo que recuerdo, en ocasiones, solo apretaba el gatillo sin
importar la edad, genero o condición de la persona que tuviere enfrente. Lo
peor de todo era la soledad, corrosiva y pesada, me hacía pedazos la cabeza, el
alma. Para olvidarla desarrollé el hábito de escribir cartas a mi esposa
difunta, remitiéndolas a mi vieja casa, en las cuales plasmaba mis vivencias,
ideas y temores.
La última carta hablaba de un
arco iris, pues ese era el sentimiento que rondaba en mi, desde miedo, pasando
por incertidumbre, llegando hasta el compañerismo y amistad entre nosotros, los
soldados. Era un sentimiento multicolor que centrado en este arma, en esas
personas,gracias al cual yo estaba conciente
que solo vivía por inercia, y que lo que tenía en mi vida era un espejismo, sintiendo
que pronto iba a morir, pero esperando dentro de mi que todo saliera bien.
Estaba yo refugiándome en lo
bajo de lo bajo, entre el laberinto de la hojarasca de un bosque muerto,
aunándome con los errantes, los violadores y los asesinos, escondiéndome de la
realidad, de la vida, de lo bueno, lo malo y lo inevitable. Había encontrado
una burbuja de cristal, en donde accidentalmente me volví esclavo, había
vendido mi alma sin querer, y a cambio me dieron una esfera, un pequeño mundo,
en el cual podía vivir. Podía percibir lo que estaba afuera, seguía estando
vivo, continuaba en la misma realidad, pero esta simplemente ya no me tocaba,
tenía una barrera que me daba la capacidad de ignorarla. Una barrera de vicios,
violencia, muerte, ira, ordenes, una barrera de amistad y enemistad, amistad
con un matiz oscuro, enemistad desfigurada. En este pequeño mundo estábamos las
almas errantes, y de alguna manera me sentía en casa, en familia, a la que me
encontraba atado de una forma tal que el salir era inconcebible. Mi existencia
era tornasol, de matices que de alguna forma coexistían, mostrando al mundo uno
y viviendo otro.
Mi mente está en blanco,
patrullando un pueblo tomado a la fuerza recientemente, irrumpo en una casa que
aun no había sido saqueada y busco algo de valor que pueda llevar conmigo. La
vivienda era grande, los muebles finos, aún se podía sentir en el aire el aroma
de una pipa mezclado con perfume de una mujer y algo de pólvora. En una
habitación encontré juguetes y una cuna, en la siguiente habitación encontré
una maleta a medio hacer, en la cual había un pasaporte, algo de efectivo y un
bonito reloj. De pronto empecé a escuchar la respiración angustiosa típica de
una mujer, me asomé al baño del cuarto y vi su sombra detrás de la cortina de
la ducha, la maté sin siquiera pensarlo. Tomé las cosas de la maleta y me fui. Fue
cuando llegué de regreso a la base, cuando me detuve a ver las cosas que había
robado me di cuenta por primera vez que me había vuelto un monstruo, me ahogué
en llanto y vergüenza, sentí mucho dolor esa noche, y por primera vez supe que
era el arrepentimiento, pues lo que tenia en mis manos era el pasaporte de
Dalia.