Bernardo, hombre solitario y melancólico,
trabaja dando clases de braile a ciegos, todos los lunes lo visita su madre con
la comida de la semana, y tiene debilidad por las cosas dulces. Bernardo
hablaba solo, un monólogo interior reinaba en su cabeza todo el tiempo.
–Cuarenta pasos en línea recta, nada me estorba, nada me estorba. Ahora
a la derecha, setenta pasos. Este debe ser el edificio, siete escalones. Ahora
tres pasos, abro la puerta y entro a casa…
–Tomo las llaves, las pongo en la mesa a la par de la puerta. Han caído
al piso, la mesa no esta. Dos pasos al frente, algo me estorba…
Bernardo, algo confundido, anduvo un rato
por la casa y todo estaba fuera de lugar, los muebles estaban en el suelo, las
puertas abiertas, y tropezaba constantemente con cosas tiradas en el piso.
Logró llegar a su habitación, tomó asiento.
–Un ruido – penso – ¿Quién anda ahí? –
gritó
–Es ciego, es ciego, ¡vámonos a la
mierda!
–¿Quién anda ahí!
–Alguien corre, me pongo de pie, abren la puerta, cierran la puerta. Me
robaron, me robaron.
Cinco y media de la tarde. En su casa,
frente al closet, Luis Mario se ve en el espejo mientras termina de abotonarse
la camisa, escoge una corbata negra y calmadamente se hace un nudo doble.
Seis y media de la tarde, viendo
televisión en la planta baja, esperando a su amigo para ir al teatro, hora de
lavarse las manos.
Siete en punto. Suena el timbre. Luis
Mario se levanta, va por su abrigo y luego abre la puerta. Su amigo se miraba
aturdido, molesto. Le preguntó si se sentía bien y Bernardo le contó lo
sucedido.
–Necesito que vengas mañana a mi
casa, para que me ayudes a ordenar todo, y tratar de ver que fue lo que se
llevaron.
–Claro, ¿quieres quedarte aquí hoy?
–Déjame pensarlo, te respondo a la
salida del teatro. Por cierto, ¿que obra vamos a ver?
–Se llama Plutarco, es un drama, de
un hombre y su hijo.
–¿Vamos a pie o en tu auto?
–En mi auto, no queda tan cerca.
Bernardo entró en la casa y Luis Mario lo
llevó al garaje, ahí estaba su auto, un Bentley MX Park Ward de 1939 en
perfectas condiciones. Ambos suben al vehículo y van al teatro.
El teatro Sierra había sido construido en
mil novecientos cuarenta y tres, robusto e imponente, recordaba a sus visitantes
el glamour de su época, o al menos eso decía su publicidad. El teatro fue el
primer edificio de la ciudad que tuvo parqueo en su sótano, era de color crema
y estaba adornado por detalles en piedra.
–Dos entradas por favor – Dijo Luis
Mario.
–Aquí tiene señor, la obra está a
punto de comenzar. Pase adelante.
Luis Mario tomó del brazo a su amigo y le
guió a la entrada, abrió la puerta y entraron en silencio. La sala era grande y
todos los lugares tenían buena visión del escenario. La pared de fondo estaba
acolchonada para mejorar la acústica y los asientos eran cómodos y amplios.
A Bernardo no le gustaba ir al teatro, le
costaba seguir el hilo de las obras pues nunca estaba del todo seguro de qué
personajes estaban en la escena, ni que voz pertenecía a cual.
La obra comienza
–Suena un piano, suave, tranquilo, triste. Oigo pasos, zapatos de
madera, suelo de madera. Resuena una voz de hombre, joven. - Penso Bernardo
–Oigo una melodía, que me lleva a
otro sitio. Abro los ojos y pienso «Quiero regresar a ese lugar, o al menos
salir de este». - dijo el actor
–Más pasos, lentos, uno, dos, tres. La voz es ahora suave, angustiosa.
–A veces uno se encarga de hacer de
su vida una maraña de malos hábitos y mentiras, en donde la única luz con la
que se cuenta es mas tenue que la de la luna, es mas constante que el sol, es
el resplandor de aquellos recuerdos cada vez mas borrosos, es la memoria de el
haber sido al menos una vez, hace ya bastante tiempo, el hombre que hoy daría
todo por ser.
–La voz es mas fuerte, las palabras más rápidas.
–Es incomprensible como uno lleva a
cabo las acciones que lo llevan a la infelicidad, que se hacen por el simple
hecho de ser infeliz.
–Terminó la melodía y le dio
paso a otra. La voz ahora es alegre, vibra.
–Ahora siento que hay esperanza, lo
que me falta es voluntad, tengo el deseo, carezco de la determinación, tengo
fuerza pero perdí el animo.
–Silencio. Pasos, uno, dos,
tres, cuatro.
–Ahora estoy molesto, me duele la
cabeza, leer, correr, gritar, todo eso ayuda, vaya que ayuda, pero como
cualquier droga, nunca dura lo suficiente.
–Un violín suena a lo lejos.
–Es el espíritu lo que se me perdió,
es mi alma lo que se descompuso, es mi corazón el que apesta. Que puede hacer
aquel capaz de hacer cualquier cosa, pero incapaz de empezar empresa alguna.
Esforzarme día a día, poco a poco, es lo que no logro hacer. Necesito algo que
me recompense rápidamente. La paciencia es un reto, no una virtud, y vaya reto,
reto que me impide rectificar lo retorcido de mi existencia, es una competencia
en donde nunca se gana, solo se espera, y ya he esperado mas de lo que me gustaría
haber esperado nunca, y menos de lo que se espera que un desesperado espere.
–La voz se quiebra, el violín
sigue, ahora más fuerte.
–Ahora estoy triste, talvez
necesito un apoyo, primero debo aprender a apoyarme, talvez necesito
motivación, pero lo único que me motiva es la evasión. Soy miope caminante del
camino en donde lo que importa es divisar y distinguir en la distancia los
diferentes destinos para así escoger la senda que me lleve ahí. Nada me
conmueve, ni el llanto del más triste violín, solo alimenta mi tristeza, es
como un monstruo insaciable, ya no me cabe dentro, pero creció tanto que me es
imposible sacarlo.
–La voz es ahora mas grave,
seria. El violin cesa.
–Me quedan dos alternativas, o mato
de hambre a mi tristeza, que triste, o me parto el pecho y me la saco de
encima, y entonces estaré muerto, al menos no estaré triste, que triste, muy
triste.