–Pero tienes que creerme, hombre.
Yo nunca haría semejante barbaridad. ¿Acaso no me conoces?
–Pero la hiciste, yo te vi cuando
lo estrangulabas.
–Si, pero me han obligado a hacerlo
– suspiró – te lo juro, yo no lo quería hacer, y lamento mucho que haya tenido
que ser así.
–¿Y que se supone que debo hacer
yo? ¿Entregarte a la policía?
–Eso lo decides tú, puto.
–Dime ¿Qué habría pasado si te
hubieras negado a matarlo?
–Me mataban a mí, a ti y a él.
–¿Y a mí por qué?
–Para obligarme a acceder, supongo.
Ahora tenemos que ver que hacemos con el cuerpo.
–¿Hacemos? A mi no me metas en esto
marica, yo no quiero tener nada que ver.
–Pues me entregas o me ayudas,
puto, no hay de otra.
–Es que eres una mierda, ¿Por qué
me metes en estos rollos, que te hice yo?
–Mira pendejo, somos compañeros, y
se supone que eso es lo que tenemos que hacer. Los dos estamos metidos hasta el
cuello en esto, y si no actuamos, a los dos nos meten presos. Ahora, si quieres
seguir gozándote la plata en libertad, me vas a tener que ayudar.
–Y que va a pasar con la parte de
el. ¿Nos vamos a repartir eso?
–No queda mucho, la tuve que dar
casi toda al señor ese para que nos dejara en paz, ahora la parte que queda es
toda tuya, si la quieres.
–Si te ayudo.
–Cabal.
–Bueno. Yo digo que lo echemos al
río en un saco.
–No marica, ahí llega flotando a
cualquier lado y a los primeros que van a buscar es a nosotros.
–Le metemos piedras, algo que pese,
para que se hunda.
–Te digo que el río es mala idea,
al rato se pudre el saco y la misma historia.
–¿Entonces qué? ¿Lo enterramos?
–Si, eso esta mejor, en la rivera,
como hacen los mafiosos de la tele.
–Pero agarra seriedad marica, que
esto nos puede costar la vida si lo hacemos mal.
–No te preocupes, que la vida no
nos cuesta. Lo peor que puede pasar es que nos metan al bote.
–Y lo dices tan a la ligera… No
sabes como son las cosas ahí dentro. Y yo no regreso ahí, no sabes que, mira tu
que haces yo agarro mi plata y me largo.
–Ah no, a mi nadie me deja solo.
Siéntate, relájate, no estas pensando bien.
–Ni mierda de tranquilizarme.
–Pues te calmas o te calmas, si no
llamo a la policía y te los hecho encima, les digo que fuiste tu el que lo
mataste.
–¿Y por qué te van a creer a ti más
que a mí?
–Porque todo esta para que parezca
que fuiste tu.
–Come mierda, yo no regreso ahí.
–¿Qué haces marica?
–Te voy a matar, eso hago.
–No, puto, piensa bien lo que
haces.
–Ya lo pensé bien, si te mato me
quedo con la plata de los dos y me desaparezco, salgo del país y empiezo de
nuevo. Con la plata de los dos tengo para vivir tranquilo toda mi puta vida.
–No marica, pero no entiendes, nos
podemos ir juntos. Yo te doy mi plata si quieres, pero no me mates maricón. Por
favor, no sabes lo que haces.
–Si sé lo que hago, si no te mato,
me matas tú.
–No, no, yo no podría hacer eso.
–Claro que sí. Martín te oyó hablar
con el señor ese, el sabía que lo ibas a matar, y me dijo que me fuera lejos
porque después iba yo.
–No, deja de apuntarme con eso.
Apagó la televisión y encendió un
cigarrillo. Luis Mario detestaba la lluvia, odiaba el lodo y el olor a tierra
mojada después de llover. Era un hombre que siempre andaba por ahí con un libro
bajo el brazo, aunque rara vez se le veía leyendo. Tenía una afición por
coleccionar flores moradas, y cuando se encontraba con una que creyera no haber
visto antes, la colocaba en el libro que llevase, y la dejaría ahí por siempre.
Padecía además, de un desorden mental que
le obligaba a lavarse las manos veinticuatro veces al día, o sea, cada vez que
se fumaba un cigarrillo, también se lavaba los dientes cada vez que se rascaba
el culo, pero por ser una persona bien educada tenía los dientes amarillos.
Luis Mario tiene la habilidad de
desaparecer sin ser visto, no tiene familia y en su lugar ha adoptado cuatro
gatos, Tiburcio, Teófilo, Teodora y Titicaca, también posee un pitón bola, al
que llama Flutero.
Con el cigarrillo en la boca, se incorporó
y se dirigió al reloj. Cero horas con cuarenta y tres minutos, se quedó de pie,
frente a ese viejo reloj, observándolo, como fielmente marcaba los segundos,
uno por uno, sin pereza ni prisa. A su mente vinieron escenas de su infancia,
innumerables veces paso corriendo, jugando, frente a ese mismo reloj.
Frente a ese reloj fue la última vez que
vio a sus padres, y frente a ese reloj conoció al amor de su vida, el cual
perdió cuando ella ganó una beca y se vio obligada a irse del país, el nunca
tuvo el valor de seguirla, y el amor se murió pronto, Elena, su amada, se casó
a las tres semanas de haberse ido. Frente a ese reloj lloró su pérdida, y
frente a ese reloj ahogo su llanto en ron y tabaco.
Hora de lavarse las manos, Luis Mario
apagó el cigarrillo en un cenicero de cristal cortado, sobre una mesita de té
hecha de ébano. Caminó al baño de visitas, tomó el jabón con la mano derecha y
lo pasó doce veces sobre la izquierda, luego lo tomó con la izquierda e hizo lo
mismo. Dejó el jabón en su sitio, y sobó sus manos, una con la otra, por
veinticuatro segundos, por último, abre el chorro con la mano derecha, se
enjuaga, y lo cierra con la izquierda.
Levanta la mirada, se mira en el espejo
aovado, las líneas en su cara se fueron haciendo, poco a poco, más y más
claras, ya se había hacho viejo, y aun no había hecho nada.
Hora de ir a la cama. Luis Mario subió al
segundo nivel, se puso su ropa de dormir. Teófilo y
Titicaca estaban al pie de la cama y Tiburcio, sentado frente a la ventana.
Luis Mario se metió en la cama, y durmió.
Luis Mario despertó en medio de un gran
temblor, todo se sacudía. Los gatos, escondidos bajo la cama, y el sacudió su
cabeza y de prisa se levantó para sostener la pecera de Flutero y evitar que
cayese.
Una vez cesado el temblor, se sentó en su
cama, tomó un cigarrillo y lo fumó ansioso. Hora de lavarse las manos.
Luego de lavarse, tomó una ducha y se
vistió. Luis Mario vestía de traje todos los días, a pesar de haberse retirado
hacía ya más de seis años, seguía vistiendo los mismos trajes, era lo único que
tenía para vestir.
Salió de casa para dar un paseo por el
parque, ver niños jugar y demás actividades melancólicas que golpeaban su
autoestima haciéndole sentir viejo.
Pasó a la pastelería a la que iba todos
los sábados, tomo asiento, pidió un café y encendió un cigarrillo. Cuando llegó
el café pidió su desayuno. Hora de lavarse las manos. Al regresar, lo esperaba
en la mesa, un plato con huevos revueltos, frijoles y pan tostado.
Luis Mario comió con calma, siempre comía
muy despacio, aprovechando hasta el último ápice de sabor. Toda la comida le
gustaba y cuidaba una dieta muy estricta, era según el, el secreto para vivir
mucho.
Ahora se estaba dando cuenta de que cuanto
más se vive, mas tiempo se pasa siendo viejo. Sacó un cigarrillo y lo fumó tan
lento como comió. Hora de lavarse las manos.
Hoy era un día especial. Hoy se convertía
en octogenario, pero nadie le calculaba más de cincuenta.
Luis Mario tenía muchos amigos, pero
ninguno verdadero, los hacía a donde fuere, y se aseguraba de pasar al menos un
rato con cada uno de ellos, por lo menos una vez al mes.
Hacía ya más de un año que había sido
diagnosticado con cáncer de pulmón, y Luis Mario había tomado la decisión de
dejarse morir. Hoy por ser su cumpleaños iría al teatro, pero esta vez no iría
solo como de costumbre, esta noche lo acompañaría su amigo Bernardo.
Luis Mario salió contento de la
pastelería, comer siempre le levantaba el ánimo. Rumbo al parque se topó con
una Cúrcuma, Heliconia morada. Al ser muy grande para su libro, la colocó en el
bolsillo del pecho de su saco. También había Musas Ornatas moradas, pero de estas
ya tenía al menos un par, así que no tomó ninguna.
Hora de lavarse las manos, ya estaba
encaminado para regresar a su casa, y no había ningún baño a la vista. Ningún
negocio, ni centros comerciales, ni siquiera baños públicos, solo casas, y nada
más. Usar un chorro cualquiera era inútil, necesitaba jabón. Luis Mario estaba
tenso, desesperado.
–¿Pero cuando van a venir a
arreglar esto?
–La semana próxima Sr. Castellanos.
–¿Qué día? Necesito saber cuando y
a que hora van a venir exactamente, para estar aquí en la casa.
–No le sabría decir señor. Podría ser lunes o martes.
En la mañana o en la tarde.
–Ya llevan más de dos semanas
diciendome que van a venir tal dia, luego me dicen que no tuvo tiempo el técnico
y que vienen mañana y la cosa es que nunca vienen. Me van a descontar esto de
la factura.
–Pues no se lo podemos descontar,
pero si podemos enviarle la factura dos semanas después.
–Eso me hicieron hace dos meses, y
el mes siguiente me vino igual al primero de mes, asi que no hicieron nada.
–Si caballero, pero yo solo estoy
haciendo mi trabajo, solo sigo órdenes.
–Bueno. Si el martes no tengo Internet,
quiero que me cancele el servicio, y me voy con otra compañía, donde sean profesionales
y lo traten bien a uno.
–Somos el único proveerdor del
servicio para esa zona señor. Pero usted no se preocupe, el técnico le estará
visitando sin falta la semana próxima.
–Bueno. Aquí los espero, buena
tarde.
–Nos encanta atenderle como se
merece, recuerde que ahora puede solicitar su…
Colgó el teléfono y se dejó caer en el
sillón. Con algo de esfuerzo logró estirarse lo suficiente para alcanzar el
control remoto.
Francisco Castellanos vivía con su madre,
quien nunca estaba en casa, tenía veintiséis años de edad, no estudiaba ni
trabajaba, no tenía novia ni amigos muy cercanos. Lo más parecido a un amigo en
su vida eran sus compañeros de parranda, con quienes se reunía cada vez que tenían
dinero para armarla en casa de alguno de ellos. A Francisco Castellanos le
gustaba ver el fútbol por la televisión, era fanático de un club español y la
mitad de su guardarropa consistía en prendas del club en cuestión, el y su
madre pasaban por una crisis económica, pero el se rehusaba a aceptarlo, y
conseguía dinero por cualquier medio que pasara por su mente. Constantemente se
quejaba, desde su punto de vista todo era “una mierda”. Sonó el teléfono.
–Alo.
–Si, Paco, te habla Pincho.
–Que hubo Pincho! ¿Hay planes para
hoy?
–Estamos viendo aquí con el Fer
como conseguimos algo de plata.
–Yo también ando necesitado, lo que
sea que vayan a hacer, apúntenme
–Bueno, listo, yo te hablo en la
noche, cuando ya este todo bien planeado.
Sonó el timbre.
–Bueno, bueno, te dejo que llaman a
la puerta, nos hablamos.
–Listo, chao.
Francisco Castellanos se puso de pie, buscó
unos pantalones y prácticamente se los puso de un brinco. Bajó las gradas. El
timbre sonó de nuevo.
–¡Ya voy! ¡Ya voy!
Abrió la puerta. Vio al hombre a los ojos.
–¿Y usted quien es?
–Soy Luis Mario Izquierdo – dijo extendiendo
la mano.
Francisco bajó la mirada viendo la mano,
luego regresó la vista a la cara de Luis Mario.
–Mi mamá no está, llámela a su
celular.
–No, no busco a su madre joven. Quería
saber si me permite usar su baño, es una emergencia.
–Cuarenta pesos y es todo suyo.
Luis Mario estaba algo indignado,
detestaba cuando alguien se aprovechaba de su desgracia
–Bueno, te los voy a dar solo porque
es una emergencia. No es bueno aprovecharse de la gente.