Pequeño, trashumante y mugriento, con su
sonrisa de tres dientes y mano sin dos dedos, solía asaltar transeúntes y
hacerla de informante de policía cuando tenía suerte, Horacio Domingo buscaba
calor en una lona polvorienta recostado entre los arbustos debajo de un puente,
lucida se ostenta una sonrisa creciente en el firmamento nocturno.
Justo en el momento que empezó a pegar el
ojo oyó el ruido de gente discutiendo, sus pasos se acercaban de a poco,
Horacio se ocultó en la sombra con esperanza de sorprender a los intrusos y
sacarles un poco de pasta.
Tres hombres acarreaban un bulto colina
abajo, Horacio vigilaba de cerca. Vio a los tres sujetos, notando que al menos
uno de ellos estaba armado.
Dejaron el bulto en unos arbustos, a unos
cien metros del puente y luego en silencio, se marcharon. Horacio se acercó
para ver si habían dejado algo que le pudiese ser de utilidad.
Víctor se encuentra recostado en la grama,
con los ojos fijos en el cielo nocturno y las manos bajo la nuca. Pálido y
triste, parecía haberse topado con alguien con sangre de pato que lo llevó a su
óbito este lunes ocho de mayo de mil novecientos ochenta y nueve a las veinte
horas con veinticinco minutos y cuarenta y ocho segundos.
Horacio se quedó sin sangre, su vista
clavada en el cadáver, lo observó por unos minutos, luego corrió al puente, tomó
su manta y se fue tan rápido como pudo.
Ya encaminado a otro lugar de refugio,
meditó lo sucedido y decide regresar a su lugar debajo del puente, esperar a que
lo encuentre la policía y sacar algo por la información.
Después de todo, le había visto la cara a
dos de los sujetos y eso valía por lo menos un par de almuerzos por cada uno. A
los diez minutos estaba de vuelta en los arbustos, a la sombra del puente.
Seis horas con quince minutos y treinta y
dos segundos. Pantalones flojos de franela gris, sudadera verde, tenis blancos,
cola de caballo, en dirección oeste sobre el puente San Raimundo. Maria
Antonieta Zapata de Suárez, madre dos niñas, gemelas fraternas aun en edad
escolar, ama de un perro y carcelera de tres canarios, estaba casada con un
hombre de mucho dinero que le duplicaba la edad. Se encontraba caminando hacia
su casa luego de haberse topado con un cadáver mientras trotaba.
Maria Antonieta llega a su casa, sube las
gradas y llama a la policía. Luego llena la bañera y se dispone a darse un
largo baño.
–
¿Ya viniste mi amor? – gritó
Armando desde el estudio.
–
Si, ¿que haces despierto tan
temprano? – dijo mientras se dirigía al estudio
–
Tengo muy buenas noticias. Es que
me acaba de llamar el doctor, consiguieron un donador. Me operan mañana a medio
día.
–
Si que son buenas noticias, te
dije que todo iba a salir bien. – dijo abrazándolo – Bueno, esto hay que
celebrarlo, vamos a cenar al restaurante ese al que fuimos el otro día, el del
pato dorado.
–
Lo que quieras.
–
Hoy mientras caminaba encontré a
un joven muerto. Estaba en la misma posición que esos que salieron en el
noticiero hace tiempo.
–
¿Estás bien?
–
Si, si. Llamé a la policía. Bueno,
me voy a bañar, que tengo que ir a dejar a las niñas al colegio.
–
Bueno.
–
Nos vemos lueguito, adiós mi vida.
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