Añil abrió los ojos lentamente, alguien
estaba a la par de el, y le estaban dando de beber. Sus manos temblaban y
jadeaba exhausto, empapado en sudor. La vista se le aclaró poco a poco. Félix
se sobresaltó.
–¿Estás bien? – preguntó el
objetivo.
–Si, eso creo.
–Es malo correr hasta el
agotamiento, hay que saber darse un descanso de vez en cuando.
–Gracias por el consejo, lo tomaré
en cuenta – respondió jadeante.
–Mi nombre es Víctor de la Roca.
–Yo soy Juan López, mucho gusto –
dijo Félix mintiendo.
–Vamos, de pie – dijo,
extendiéndole una mano.
Víctor ayudó a Félix a incorporarse.
–Mi casa esta a tres cuadras, te
ofrezco algo de tomar.
–No, no gracias.
–Vamos insisto.
Félix tenía veintidós años de edad, era
delgado, ágil y tenía la habilidad de escabullirse en donde sea, era algo
tímido y con cara de inocente. A regañadientesFélix aceptó la invitación. Le habían prohibido entablar contacto con
Víctor, pero nadie tenía por que enterarse.
A partir de ese día, Víctor y Añil
salieron a correr todos los días. Añil se aprendió la ruta de memoria, y además
ahora sabía de las actividades rutinarias de su objetivo.
Dos horas con cuatro minutos y doce
segundos.En el prisma nunca se hace de
noche, en ese momento se preparaban para recibir a un nuevo invitado. El Rojo
estaba en la cabecera de la mesa, era el jefe de la banda. Era lunes gibado
menguante. Añil y Naranja habían preparado casi todo.
–Añil, anda al cuarto del loco y
prepara la mesa para el donador.
–Vamos, échame una mano.
–Adelántate, solo termino de
preparar el baúl del carro.
–Voy
Félix se sentía algo desganado, un poco
deprimido talvez. Había secuestrado y matado antes, pero nunca a un amigo.
Entró al cuarto. El loco lo miraba fijamente, Félix se quedó quieto, después de
unos segundos dio un paso al frente. El loco comenzó a rebuznar. Lo ignoró,
armó la mesa lentamente, con cuidado esterilizo todos los instrumentos del Rojo
y del Azul. Alistó las neveras en donde irían los órganos y cuando todo estaba
listo, Naranja entró en la habitación.
–Ya terminé
–Todo bien Añil, te veo cabizbajo
–Solo tengo sueño, nada más.
–Bueno, vamos que se nos va a hacer
tarde, tenemos que estar en el otro lado de la ciudad a las seis, y ya son las
cinco y media.
–Igual a esta hora no hay tráfico,
pero está bien, vamos de una vez.
Conducían una panel blanca, apodada “La
Pañalera” en ella transportarían al donador. Añil conducía, no iba ni rápido ni
despacio. Le había informado a Víctor que no iba a poder salir a correr hoy, no
tenía ninguna prisa en llegar, se sabía la ruta de memoria.
–Naranja, ¿sabes cuando nos iremos
a deshacer de ese loco de mierda?
–No, no lo se.
–¿Qué es lo que piensan hacer con
el de todos modos?
–No te lo puedo decir.
–Hay hombre, que paso con la
confianza…
–Creo que lo vamos a usar para
incriminarlo de los asesinatos.
–Ya
–Culpa de el fue que mataste a mi
madre hace nueve meses ¿recuerdas?
–Si, lo siento mucho
–No hay cuidado, igual ya le tocaba
morirse de plano.
–No digas eso loco.
–Te conviene que piense así.
–Bueno, ahí va el donador, es el de
la playera roja. Nos vamos a adelantar un buen tramo y lo esperamos en un lugar
más desolado.
–Me parece.
Añil condujo hasta un parque, a seis
cuadras de ahí, al llegar ambos se bajaron del auto y esperaron. Luego de media
hora, Víctor se asomó en la distancia, Añil se escondió detrás del auto.
–¿Que te pasa?
–Lo puedes noquear tú ¿por favor?
–Si, claro, pero ¿Qué pasa?
–No quiero que me mire, me conoce.
–¿Cómo así que te conoce?
–Sí, somos amigos
–Ala gran puta vos, eso es grave,
si el Rojo se entera de esto te va a llevar la chingada.
–No se lo digas por favor.
–Ahí viene,hablamos de esto al rato.
Añil estaba sentado en el asiento del conductor,
oyó como tumbaban a su amigo, el único que había conocido hasta entonces. Un
escalofrío recorrió su espalda. <Víctor,
lo siento> susurró.
–Ven, rápido. Ayúdame a meterlo.
–¡Voy! ¡voy! ¡voy!
Félix tomó a Víctor por los pies, Hidalgo
de los sobacos. Lo metieron en el panel, Félix se subió en la parte trasera,
junto a Víctor, e Hidalgo arrancó el auto para ir de vuelta al prisma. Naranja
abre la ventanilla entre la parte delantera y trasera del panel.
–¿Desde cuando se conocen?
–Desde hace un mes, lo conocí
mientras lo seguía. Corríamos juntos.
–Ya se te había dicho que no
hicieras contacto con los donadores. Si algo sale mal, al que le van a meter el
huevo es a ti.
–Si yo sé,pero fue un accidente.
–Bueno, lo hecho, hecho está. Nadie
se va a enterar, no por mi boca por lo menos.
–Gracias. Muchas gracias.
–De nada. A mi me paso una vez algo
así también.
–¿Cuándo?
–Fue antes de que vos te unieras,
cuando yo hacía solo el trabajo de capturar al donador. Fue con una mujer,
llamada Lucrecia Rodas.
–¿Qué pasó? ¿Te enamoraste de ella?
–No, pero si hicimos cosas, fue el
trabajo que más me ha costado hacer.
–Sí, te creo.
–Por eso te entiendo.
–¿Y el Rojo se enteró de eso?
–Si, claro que se enteró. A partir
de ese momento se creó la regla de no entablar contacto con los blancos.
–Ya.
–Si, bueno, la cosa es que no te
vuelva a pasar.
–No volverá a pasar. ¿Lo podemos
dejar ir?
–¡Ja! ¿Estás loco? ¿Quieres que nos
maten o que?
–No, pues, solo decía…
–Si eres amigo de el, es problema
tuyo, tu solo haz tu trabajo y ya, que para eso se te paga.
–Sí, yo sé.
–Que no se te olvide…
–Va.
–Dale un poco de anestesia para que
no se te despierte en el camino.
–¿Dónde está?
–En el botiquín. ¿En dónde más?
–Si, claro. Gracias
Cuarto menguante, Víctor no comprendía lo
sucedido, desde la luna pasada su futuro era incierto, al menos para el. Estaba
atado a una mesa, compartía sus condiciones y la habitación con otro hombre,
habiendo tres diferencias entre ambos. Primero, Víctor estaba atado a una mesa
y el hombre a una silla, segundo, Víctor estaba conciente y el hombre no decía
nada coherente, tercero, Víctor estaba relativamente en paz, el hombre tenía se
estremecía y gritaba cada tres minutos. El mayor temor de Víctor era que el
hombre se vio antes como el, y que el pronto él se vería como el hombre.
Un viejo entró en la habitación
arrastrando una mesita con ruedas, tomó un frasco de compota de arlo dándole un
poco a ambos, luego tomó una jarra con vino de agracejo y les dio de beber. Por
último, con una jeringa vieja de cristal, oxidada y algo sucia, tomo una buena
muestra de sangre del hombre