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Andres Jimenez Ventura
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Literatura > Fábulas Noctámbulas > El Arco Iris Peludo



El Arco Iris Peludo (Parte 5)

Añil abrió los ojos lentamente, alguien estaba a la par de el, y le estaban dando de beber. Sus manos temblaban y jadeaba exhausto, empapado en sudor. La vista se le aclaró poco a poco. Félix se sobresaltó.

        ¿Estás bien? – preguntó el objetivo.

        Si, eso creo.

        Es malo correr hasta el agotamiento, hay que saber darse un descanso de vez en cuando.

        Gracias por el consejo, lo tomaré en cuenta – respondió jadeante.

        Mi nombre es Víctor de la Roca.

        Yo soy Juan López, mucho gusto – dijo Félix mintiendo.

        Vamos, de pie – dijo, extendiéndole una mano.

Víctor ayudó a Félix a incorporarse.

        Mi casa esta a tres cuadras, te ofrezco algo de tomar.

        No, no gracias.

        Vamos insisto.

Félix tenía veintidós años de edad, era delgado, ágil y tenía la habilidad de escabullirse en donde sea, era algo tímido y con cara de inocente. A regañadientes  Félix aceptó la invitación. Le habían prohibido entablar contacto con Víctor, pero nadie tenía por que enterarse.

A partir de ese día, Víctor y Añil salieron a correr todos los días. Añil se aprendió la ruta de memoria, y además ahora sabía de las actividades rutinarias de su objetivo.

Dos horas con cuatro minutos y doce segundos.  En el prisma nunca se hace de noche, en ese momento se preparaban para recibir a un nuevo invitado. El Rojo estaba en la cabecera de la mesa, era el jefe de la banda. Era lunes gibado menguante. Añil y Naranja habían preparado casi todo.

        Añil, anda al cuarto del loco y prepara la mesa para el donador.

        Vamos, échame una mano.

        Adelántate, solo termino de preparar el baúl del carro.

        Voy

Félix se sentía algo desganado, un poco deprimido talvez. Había secuestrado y matado antes, pero nunca a un amigo. Entró al cuarto. El loco lo miraba fijamente, Félix se quedó quieto, después de unos segundos dio un paso al frente. El loco comenzó a rebuznar. Lo ignoró, armó la mesa lentamente, con cuidado esterilizo todos los instrumentos del Rojo y del Azul. Alistó las neveras en donde irían los órganos y cuando todo estaba listo, Naranja entró en la habitación.

        Ya terminé

        Todo bien Añil, te veo cabizbajo

        Solo tengo sueño, nada más.

        Bueno, vamos que se nos va a hacer tarde, tenemos que estar en el otro lado de la ciudad a las seis, y ya son las cinco y media.

        Igual a esta hora no hay tráfico, pero está bien, vamos de una vez.

Conducían una panel blanca, apodada “La Pañalera” en ella transportarían al donador. Añil conducía, no iba ni rápido ni despacio. Le había informado a Víctor que no iba a poder salir a correr hoy, no tenía ninguna prisa en llegar, se sabía la ruta de memoria.

        Naranja, ¿sabes cuando nos iremos a deshacer de ese loco de mierda?

        No, no lo se.

        ¿Qué es lo que piensan hacer con el de todos modos?

        No te lo puedo decir.

        Hay hombre, que paso con la confianza…

        Creo que lo vamos a usar para incriminarlo de los asesinatos.

        Ya

        Culpa de el fue que mataste a mi madre hace nueve meses ¿recuerdas?

        Si, lo siento mucho

        No hay cuidado, igual ya le tocaba morirse de plano.

        No digas eso loco.

        Te conviene que piense así.

        Bueno, ahí va el donador, es el de la playera roja. Nos vamos a adelantar un buen tramo y lo esperamos en un lugar más desolado.

        Me parece.

Añil condujo hasta un parque, a seis cuadras de ahí, al llegar ambos se bajaron del auto y esperaron. Luego de media hora, Víctor se asomó en la distancia, Añil se escondió detrás del auto.

        ¿Que te pasa?

        Lo puedes noquear tú ¿por favor?

        Si, claro, pero ¿Qué pasa?

        No quiero que me mire, me conoce.

        ¿Cómo así que te conoce?

        Sí, somos amigos

        Ala gran puta vos, eso es grave, si el Rojo se entera de esto te va a llevar la chingada.

        No se lo digas por favor.

        Ahí viene,  hablamos de esto al rato.

Añil estaba sentado en el asiento del conductor, oyó como tumbaban a su amigo, el único que había conocido hasta entonces. Un escalofrío recorrió su espalda. <Víctor, lo siento> susurró.

        Ven, rápido. Ayúdame a meterlo.

        ¡Voy! ¡voy! ¡voy!

Félix tomó a Víctor por los pies, Hidalgo de los sobacos. Lo metieron en el panel, Félix se subió en la parte trasera, junto a Víctor, e Hidalgo arrancó el auto para ir de vuelta al prisma. Naranja abre la ventanilla entre la parte delantera y trasera del panel.

        ¿Desde cuando se conocen?

        Desde hace un mes, lo conocí mientras lo seguía. Corríamos juntos.

        Ya se te había dicho que no hicieras contacto con los donadores. Si algo sale mal, al que le van a meter el huevo es a ti.

        Si yo sé,  pero fue un accidente.

        Bueno, lo hecho, hecho está. Nadie se va a enterar, no por mi boca por lo menos.

        Gracias. Muchas gracias.

        De nada. A mi me paso una vez algo así también.

        ¿Cuándo?

        Fue antes de que vos te unieras, cuando yo hacía solo el trabajo de capturar al donador. Fue con una mujer, llamada Lucrecia Rodas.

        ¿Qué pasó? ¿Te enamoraste de ella?

        No, pero si hicimos cosas, fue el trabajo que más me ha costado hacer.

        Sí, te creo.

        Por eso te entiendo.

        ¿Y el Rojo se enteró de eso?

        Si, claro que se enteró. A partir de ese momento se creó la regla de no entablar contacto con los blancos.

        Ya.

        Si, bueno, la cosa es que no te vuelva a pasar.

        No volverá a pasar. ¿Lo podemos dejar ir?

        ¡Ja! ¿Estás loco? ¿Quieres que nos maten o que?

        No, pues, solo decía…

        Si eres amigo de el, es problema tuyo, tu solo haz tu trabajo y ya, que para eso se te paga.

        Sí, yo sé.

        Que no se te olvide…

        Va.

        Dale un poco de anestesia para que no se te despierte en el camino.

        ¿Dónde está?

        En el botiquín. ¿En dónde más?

        Si, claro. Gracias

Cuarto menguante, Víctor no comprendía lo sucedido, desde la luna pasada su futuro era incierto, al menos para el. Estaba atado a una mesa, compartía sus condiciones y la habitación con otro hombre, habiendo tres diferencias entre ambos. Primero, Víctor estaba atado a una mesa y el hombre a una silla, segundo, Víctor estaba conciente y el hombre no decía nada coherente, tercero, Víctor estaba relativamente en paz, el hombre tenía se estremecía y gritaba cada tres minutos. El mayor temor de Víctor era que el hombre se vio antes como el, y que el pronto él se vería como el hombre.

Un viejo entró en la habitación arrastrando una mesita con ruedas, tomó un frasco de compota de arlo dándole un poco a ambos, luego tomó una jarra con vino de agracejo y les dio de beber. Por último, con una jeringa vieja de cristal, oxidada y algo sucia, tomo una buena muestra de sangre del hombre


Categoría: El Arco Iris Peludo | Ha añadido: andresjimenez (2008-12-20) | Autor: Andres Jimenez
Visiones: 639 | Comentarios: 2 | Ranking: 5.0/1 |
Total de comentarios: 2
2 Innis  
0
Tienes que publicarlo!! eres bueno!!

1 Eduardo  
0
"le van a meter el huevo es a ti." si usas jerga chapina minimo de vos vera...hahaha

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