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Andres Jimenez Ventura
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Literatura > Fábulas Noctámbulas > El Arco Iris Peludo



El Arco Iris Peludo (Parte 4)

El jueves primero de diciembre me mudé a mi nueva casa, estaba a diez minutos de mi casa original, y el vecindario me gustaba mucho. Eran las tres de la madrugada con tres minutos y treinta y seis segundos cuando entré con la última caja. La luna era cuarto menguante y yo estaba tranquilo.

Veintinueve de enero de mil novecientos ochenta y nueve, al segundo aniversario del primer asesinato, un mes lunar y cuatro lunas de estar en esta casa y de regreso con mi gato.

Me preparaba para salir a caminar, eran las cuatro treinta de la mañana y el sol tenia a su lado a la luna, gibada creciente. Estaba aun sin ropa en la cama, me levante, me puse unos shorts flojos y una playera grande. Me lavé la cara, agarré mi walk-man y salí de casa.

Eran las cuatro treinta de la mañana, tenía solo el audífono derecho puesto, escuchaba una canción de Aerosmith, mientras trotaba, alejándome de mi casa. Aun faltaba para el amanecer, la calle estaba vacía, quieta, silenciosa, oscura. A seiscientos pasos de casa, por la derecha sonaban mis pasos y los ruidos de la noche, por la izquierda la música susurrante y dentro de mí escuchaba los latidos y mi respiración. Mi vista al frente, mi mente en blanco. A dos mil ciento cincuenta pasos de casa, oí el primer motor de la mañana. El carro atrás mío aceleró y se parqueó frente a mí, de el se bajo el oficial Sánchez y tres hombres más. Me acerqué a ellos.

René Fuentes estaba saliendo de la sala de cine con un paquete bajo el brazo, un aire de sonrisa en el rostro y piernas temblorosas debido a la ansiedad. René era de baja estatura, sus ojos saltones combinaban con un rostro infestado de lunares, visco y sudoroso, sus hábitos, de llevarse a la boca lo que encontraba al hurgar sus orificios y de rascarse las pelotas cuando se topaba con mujeres bonitas, eran sus cualidades mas famosas y la causa principal de las bromas y críticas  de sus allegados.

 René Fuentes, de treinta y siete años de edad, era soltero, padre de tres hijos y amo de dos perros, un loro y una tortuga llamada Panzer. También era miembro de la banda criminal responsable de los asesinatos, respondiendo bajo el nombre código “Verde”. Era el encargado del mercadeo de órganos y de cobrar. Tenía dos apartamentos, uno en donde tenía a su familia, y otro donde pasaba la mayor parte del tiempo, haciendo cosas que solo se deben hacer en un lugar como ese.

El Verde estaba en camino al sitio conocido como el prisma. Donde se juntaba con el resto de la banda. Hoy era el primero de mes, el día en el que se reparten las ganancias. Pero antes pasaría a su apartamento, para  deducir del total sus “horas extras”, y luego hacer la repartición correspondiente. Esa era la ventaja de manejar el dinero.

Rojo era el jefe de la banda, también era el más viejo de todos y a el llegaban todos aquellos clientes con un pedido especial. Se encontraba en un cuarto de hotel, que quedaba a una cuadra del prisma, en donde solía recibir a la clientela, cuando fue notificado que el Sr. Armando Suárez había llegado.

Armando Suárez  tenía cincuenta y dos años de edad, y una vida de excesos le estaba cobrando factura. Un año atrás tuvieron que quitarle un riñón y ahora el segundo comenzaba a fallarle. Por esta razón estaba acudiendo con el Rojo. Suárez hacía evidente que estaba nervioso y que ocultaba algo, llegó al hotel vistiendo un abrigo largo, sombrero y gafas oscuras, volteando a ver a todos lados sospechosamente.

        Mucho gusto Señor Suárez, ¿en que le puedo ayudar?

        Buenas noches Señor…

        Llámeme Rojo por favor.

        Bueno, Rojo, verá, vengo a tratar con usted un asunto muy delicado, y verá, necesito que seamos muy discretos al respecto, porque verá, eh, yo nunca había hecho esto antes, pero la verdad, verá, es de vida o muerte y pues no se, si, bueno, es que necesito de su ayuda.

        ¿Qué órgano necesita?

        Eh… pues – el Sr. Suárez estaba sudoroso, y se sobaba las manos nerviosamente – Necesito un riñón.

        Bueno, eso le va a costar unos quinientos mil

        Si, eh, el dinero no es problema.

        Con su abogado acordamos en que traería un adelanto del veinte por ciento.

        Si, si, lo tengo en el baúl de mi auto – dijo con la voz quebrada

        Bueno, tranquilícese, todo está bien – dijo Rojo, luego levantó el teléfono – Naranja, te necesito aquí, subí por favor – Dijo, hablando por el auricular.

        Bueno, si quiere voy por el dinero…

        No se preocupe, en este momento viene mi ayudante, el irá por el dinero. Para mientras le tomaré una muestra de sangre.

        Eh, ¿una muestra de sangre?

        Si, así le busco un donante

        Verá, eh, no podría ser otro día, es que a mi me duele cuando me sacan sangre, la única que lo hace bien es mi enfermera, eh, le podría traer la muestra otro día y pues…

        Tranquilo, yo tengo buena mano, va a ser como un piquetito de hormiga, ni lo va a sentir.

        Bueno, ya que insiste…

        Se puede quitar el abrigo, arremánguese la camisa.

Hidalgo, el “Naranja” entro en la habitación. Permaneció en la entrada mientras Rojo terminaba de sacar la muestra

        Naranja, le presento al Sr. Suárez, acompáñelo a su vehículo, le va a dar un paquete para mí – dijo Rojo

        Bueno, entonces, cuando completamos el asunto este, es que, como que, medio me urge, usted sabe – dijo Suárez

        En cuanto encuentre un donador compatible le llamo.

        Mi sangre es AB negativo

        Veo, si, puede que tarde un poco, su sangre es poco común, yo le aviso. Naranja lo va a acompañar. Déle el adelanto a él.

        Está bien. Bueno, muchas gracias, buenas noches.

        Buenas noches.

Luego de esto, Rojo se dirigió al prisma, a reunirse con el resto del Arco Iris Peludo, como se hacían llamar. Hoy era día de repartición, y ya todos estaban esperándolo.

Rojo llegó al prisma junto con Naranja, todos estaban sentados en la mesa bebiendo ron y comiendo pollo frito. Una vez  todos en su lugar, el Verde comenzó a repartir el dinero.

Desde el cuarto escuchaba casi todo, llevaba tres días encerrado, me habían alimentado tres veces, y cada tres minutos recibía una descarga eléctrica, la cual me impedía dormir. Estaba muy cansado y muy paranoico. Gritar era inútil. Poco a poco comenzaba a deprimirme. Nada podía hacer ya, no sabía que iba a ser de mí, lo peor de todo era la incomodidad. Después de ese día todo es borroso en mi mente.

Viernes diez de marzo de mil novecientos ochenta y nueve, faltando treinta y seis segundos para las diecinueve horas, el Doctor Lorenzo Sierra se preparaba para recibir su último paciente del día.

Víctor de la Roca, hombre joven, entrando en su segunda década de vida, deportista ávido, visitaba a su médico frecuentemente para que evaluase su recuperación luego de ser operado por tercera vez de la rodilla izquierda. Víctor era algo inocente, un poco infantil para su edad, le gustaba realizar cualquier actividad que involucrase una pelota, era un estudiante mediocre, bastante amigable y algo maricón.

De la clínica del Doctor salio una señora de mediana edad. Víctor estaba esperando desde hacía dos horas, era el único en la sala de espera y estaba algo impaciente.

        Ya lo van a atender – Dijo la secretaria indiferentemente.

        Gracias.

Pasaron tres minutos y salió el doctor a recibir a su paciente.  El Dr. Sierra era ya casi un anciano, pero aun hacía bien su trabajo.

        Pasa adelante Víctor.

El consultorio era frío, con varios cuadros anatómicos que ilustraban las partes internas de diferentes partes del cuerpo. Víctor se sentó en la camilla y dejo que el médico hiciera su revisión rutinaria, respondió a las preguntas de siempre, y luego de quince minutos estaba listo para irse.

        Un momento Víctor, quiero sacarte una muestra de sangre para hacer unos análisis.

        ¿Me va a pinchar?

        Tranquilo, yo tengo buena mano, ni lo vas a sentir, vas a ver, es como un piquete de hormiga. Toma asiento, arremángate la camisa.

Víctor inhaló profundamente y luego apretó los ojos mientras la aguja entraba en su brazo. El momento le pareció demasiado largo, pero una vez terminado, fue como si no hubiese sucedido nada.

Naranja, Añil y Verde se encontraban en el prisma, sentados en la mesa comiendo sobras del almuerzo, comida china, y bebiendo cerveza. A lo lejos se alcanzaban a oír los desvaríos de un hombre al que no habían dejado dormir por más de un mes.

Luna cuarto menguante del veintinueve de marzo de mil novecientos ochenta y nueve.  Añil se encontraba en su auto, un Daihatsu de ocho años de edad. Estaba en la esquina de la cuadra, esperando a que dieran las seis de la mañana, hora en la que salía a correr la persona a quien le habían ordenado vigilar.

A tres minutos, treinta y seis segundos para las seis de la mañana, su objetivo salió de su casa. Añil tenía ropa deportiva puesta, y su objetivo era tomar nota de la ruta del objetivo. Salió de su auto, y comenzó a trotar detrás del hombre vestido de azul.

Félix no era un gran deportista, le estaba costando mucho trabajo mantener el paso para mantener a la vista a su objetivo. Luego de una hora, a Félix le temblaban todos los músculos, se tambaleaba y jadeaba, pero por alguna razón el objetivo parecía estar cada vez más cerca. Pasaron cuatro minutos y se desplomó en el asfalto.

Categoría: El Arco Iris Peludo | Ha añadido: andresjimenez (2008-12-20) | Autor: Andres Jimenez
Visiones: 961 | Comentarios: 1 | Ranking: 4.0/2 |
Total de comentarios: 1
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yeahhh he aki por fin el por q del nombre de la historia smile

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