El jueves primero de diciembre me mudé a
mi nueva casa, estaba a diez minutos de mi casa original, y el vecindario me
gustaba mucho. Eran las tres de la madrugada con tres minutos y treinta y seis
segundos cuando entré con la última caja. La luna era cuarto menguante y yo
estaba tranquilo.
Veintinueve de enero de mil novecientos
ochenta y nueve, al segundo aniversario del primer asesinato, un mes lunar y
cuatro lunas de estar en esta casa y de regreso con mi gato.
Me preparaba para salir a caminar, eran
las cuatro treinta de la mañana y el sol tenia a su lado a la luna, gibada
creciente. Estaba aun sin ropa en la cama, me levante, me puse unos shorts
flojos y una playera grande. Me lavé la cara, agarré mi walk-man y
salí de casa.
Eran las cuatro treinta de la mañana,
tenía solo el audífono derecho puesto, escuchaba una canción de Aerosmith,
mientras trotaba, alejándome de mi casa. Aun faltaba para el amanecer, la calle
estaba vacía, quieta, silenciosa, oscura. A seiscientos pasos de casa, por la
derecha sonaban mis pasos y los ruidos de la noche, por la izquierda la música
susurrante y dentro de mí escuchaba los latidos y mi respiración. Mi vista al
frente, mi mente en blanco. A dos mil ciento cincuenta pasos de casa, oí el
primer motor de la mañana. El carro atrás mío aceleró y se parqueó frente a mí,
de el se bajo el oficial Sánchez y tres hombres más. Me acerqué a ellos.
René Fuentes estaba saliendo de la sala de
cine con un paquete bajo el brazo, un aire de sonrisa en el rostro y piernas
temblorosas debido a la ansiedad. René era de baja estatura, sus ojos saltones
combinaban con un rostro infestado de lunares, visco y sudoroso, sus hábitos,
de llevarse a la boca lo que encontraba al hurgar sus orificios y de rascarse
las pelotas cuando se topaba con mujeres bonitas, eran sus cualidades mas
famosas y la causa principal de las bromas y críticasde sus allegados.
René Fuentes, de treinta y siete años de edad,
era soltero, padre de tres hijos y amo de dos perros, un loro y una tortuga
llamada Panzer. También era miembro de la banda criminal responsable de los
asesinatos, respondiendo bajo el nombre código “Verde”. Era el encargado del
mercadeo de órganos y de cobrar. Tenía dos apartamentos, uno en donde tenía a
su familia, y otro donde pasaba la mayor parte del tiempo, haciendo cosas que
solo se deben hacer en un lugar como ese.
El Verde estaba en camino al sitio
conocido como el prisma. Donde se juntaba con el resto de la banda. Hoy era el primero
de mes, el día en el que se reparten las ganancias. Pero antes pasaría a su
apartamento, paradeducir del total sus
“horas extras”, y luego hacer la repartición correspondiente. Esa era la
ventaja de manejar el dinero.
Rojo era el jefe de la banda, también era
el más viejo de todos y a el llegaban todos aquellos clientes con un pedido
especial. Se encontraba en un cuarto de hotel, que quedaba a una cuadra del
prisma, en donde solía recibir a la clientela, cuando fue notificado que el Sr.
Armando Suárez había llegado.
Armando Suáreztenía cincuenta y dos años de edad, y una
vida de excesos le estaba cobrando factura. Un año atrás tuvieron que quitarle
un riñón y ahora el segundo comenzaba a fallarle. Por esta razón estaba acudiendo
con el Rojo. Suárez hacía evidente que estaba nervioso y que ocultaba algo,
llegó al hotel vistiendo un abrigo largo, sombrero y gafas oscuras, volteando a
ver a todos lados sospechosamente.
–Mucho gusto Señor Suárez, ¿en que
le puedo ayudar?
–Buenas noches Señor…
–Llámeme Rojo por favor.
–Bueno, Rojo, verá, vengo a tratar
con usted un asunto muy delicado, y verá, necesito que seamos muy discretos al
respecto, porque verá, eh, yo nunca había hecho esto antes, pero la verdad,
verá, es de vida o muerte y pues no se, si, bueno, es que necesito de su ayuda.
–¿Qué órgano necesita?
–Eh… pues – el Sr. Suárez estaba
sudoroso, y se sobaba las manos nerviosamente – Necesito un riñón.
–Bueno, eso le va a costar unos
quinientos mil
–Si, eh, el dinero no es problema.
–Con su abogado acordamos en que
traería un adelanto del veinte por ciento.
–Si, si, lo tengo en el baúl de mi
auto – dijo con la voz quebrada
–Bueno, tranquilícese, todo está
bien – dijo Rojo, luego levantó el teléfono – Naranja, te necesito aquí, subí
por favor – Dijo, hablando por el auricular.
–Bueno, si quiere voy por el
dinero…
–No se preocupe, en este momento
viene mi ayudante, el irá por el dinero. Para mientras le tomaré una muestra de
sangre.
–Eh, ¿una muestra de sangre?
–Si, así le busco un donante
–Verá, eh, no podría ser otro día,
es que a mi me duele cuando me sacan sangre, la única que lo hace bien es mi
enfermera, eh, le podría traer la muestra otro día y pues…
–Tranquilo, yo tengo buena mano, va
a ser como un piquetito de hormiga, ni lo va a sentir.
–Bueno, ya que insiste…
–Se puede quitar el abrigo,
arremánguese la camisa.
Hidalgo, el “Naranja” entro en la
habitación. Permaneció en la entrada mientras Rojo terminaba de sacar la
muestra
–Naranja, le presento al Sr.
Suárez, acompáñelo a su vehículo, le va a dar un paquete para mí – dijo Rojo
–Bueno, entonces, cuando
completamos el asunto este, es que, como que, medio me urge, usted sabe – dijo
Suárez
–En cuanto encuentre un donador
compatible le llamo.
–Mi sangre es AB negativo
–Veo, si, puede que tarde un poco,
su sangre es poco común, yo le aviso. Naranja lo va a acompañar. Déle el
adelanto a él.
–Está bien. Bueno, muchas gracias,
buenas noches.
–Buenas noches.
Luego de esto, Rojo se dirigió al prisma,
a reunirse con el resto del Arco Iris Peludo, como se hacían llamar. Hoy era
día de repartición, y ya todos estaban esperándolo.
Rojo llegó al prisma junto con Naranja,
todos estaban sentados en la mesa bebiendo ron y comiendo pollo frito. Una
veztodos en su lugar, el Verde comenzó
a repartir el dinero.
Desde el cuarto escuchaba casi todo,
llevaba tres días encerrado, me habían alimentado tres veces, y cada tres
minutos recibía una descarga eléctrica, la cual me impedía dormir. Estaba muy
cansado y muy paranoico. Gritar era inútil. Poco a poco comenzaba a deprimirme.
Nada podía hacer ya, no sabía que iba a ser de mí, lo peor de todo era la
incomodidad. Después de ese día todo es borroso en mi mente.
Viernes diez de marzo de mil novecientos
ochenta y nueve, faltando treinta y seis segundos para las diecinueve horas, el
Doctor Lorenzo Sierra se preparaba para recibir su último paciente del día.
Víctor de la Roca, hombre joven, entrando
en su segunda década de vida, deportista ávido, visitaba a su médico
frecuentemente para que evaluase su recuperación luego de ser operado por
tercera vez de la rodilla izquierda. Víctor era algo inocente, un poco infantil
para su edad, le gustaba realizar cualquier actividad que involucrase una
pelota, era un estudiante mediocre, bastante amigable y algo maricón.
De la clínica del Doctor salio una señora
de mediana edad. Víctor estaba esperando desde hacía dos horas, era el único en
la sala de espera y estaba algo impaciente.
–Ya lo van a atender – Dijo la
secretaria indiferentemente.
–Gracias.
Pasaron tres minutos y salió el doctor a
recibir a su paciente. El Dr. Sierra era
ya casi un anciano, pero aun hacía bien su trabajo.
–Pasa adelante Víctor.
El consultorio era frío, con varios
cuadros anatómicos que ilustraban las partes internas de diferentes partes del
cuerpo. Víctor se sentó en la camilla y dejo que el médico hiciera su revisión
rutinaria, respondió a las preguntas de siempre, y luego de quince minutos
estaba listo para irse.
–Un momento Víctor, quiero sacarte
una muestra de sangre para hacer unos análisis.
–¿Me va a pinchar?
–Tranquilo, yo tengo buena mano, ni
lo vas a sentir, vas a ver, es como un piquete de hormiga. Toma asiento,
arremángate la camisa.
Víctor inhaló profundamente y luego apretó
los ojos mientras la aguja entraba en su brazo. El momento le pareció demasiado
largo, pero una vez terminado, fue como si no hubiese sucedido nada.
Naranja, Añil y Verde se encontraban en el
prisma, sentados en la mesa comiendo sobras del almuerzo, comida china, y
bebiendo cerveza. A lo lejos se alcanzaban a oír los desvaríos de un hombre al
que no habían dejado dormir por más de un mes.
Luna cuarto menguante del veintinueve de
marzo de mil novecientos ochenta y nueve.Añil se encontraba en su auto, un Daihatsu de ocho años de edad. Estaba
en la esquina de la cuadra, esperando a que dieran las seis de la mañana, hora
en la que salía a correr la persona a quien le habían ordenado vigilar.
A tres minutos, treinta y seis segundos
para las seis de la mañana, su objetivo salió de su casa. Añil tenía ropa
deportiva puesta, y su objetivo era tomar nota de la ruta del objetivo. Salió
de su auto, y comenzó a trotar detrás del hombre vestido de azul.
Félix no era un gran deportista, le estaba
costando mucho trabajo mantener el paso para mantener a la vista a su objetivo.
Luego de una hora, a Félix le temblaban todos los músculos, se tambaleaba y
jadeaba, pero por alguna razón el objetivo parecía estar cada vez más cerca.
Pasaron cuatro minutos y se desplomó en el asfalto.