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Andres Jimenez Ventura
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El Arco Iris Peludo (Parte 3)

Marta Sánchez, mujer cincuentona, incontinente, sorda, servicial, curiosa, avejentada, desempleada, viuda, carente de olfato, miope y levemente coja, colgó el teléfono. Terminó de ver su telenovela, luego leyó el periódico, seguido de esto fue a pegarse un baño y por ultimo se puso su tratamiento facial. Cuando estaba poniéndose su ropa de dormir, recordó el favor que le habían pedido, se vistió de nuevo y lo fue a hacer.

Marta entró en el apartamento, llegó a la cocina y tomó la comida, se dirigió al balcón, la sirvió y luego puso todo en su lugar.

El deseo de invadir levemente la privacidad de su vecino la invadió. Camino directamente a la habitación principal, abrió la puerta, escuchó un débil chasquido y un objeto le cayó en la cabeza, lo vio como un acto hostil de parte de su vecino, no supo que era exactamente, le recogió, parecía un huevo metálico.

Diecinueve horas con doce minutos del mismo día. El teléfono suena, la única que sabía donde estaba era la administradora del edificio donde vivía. Yo estaba recostado en el hotel, y el teléfono quedaba lejos, deje que sonara. Me llamaron dos veces más, a la última contesté. No entendía muy bien, era mi casera, y estaba histérica.

Diego Diéguez, detective mediocre, astuto, de baja estatura, moreno, algo torpe, y con la habilidad de pasar totalmente inadvertido aún cuando no lo desaseaba, nunca había tenido novia, ni novio, su relación mas profunda era la que tenía con su perro, quien lo mordía de cuando en cuando, después del perro, la persona mas importante en su vida era su jefe, quien siempre amenazaba con bajarlo de rango si no empezaba a resolver casos; el Det. Diéguez estaba en su oficina preparándose para ir a su casa. Recientemente le habían asignado el caso dos asesinatos, con el mismo modo de operación. El sugundo homicidio resultó tener como víctima al primer detective que lo investigaba, el Det. Martín Prem, de sesenta y tres años de edad. Ambos homicidios se caracterizaban por que a las víctimas se les removían los órganos, los cortes eran exactamente iguales, y los cuerpos fueron encontrados acostados boca arriba, con las piernas cruzadas y extendidas y las manos detrás de la nuca.

El Det. Diéguez estaba saliendo de la estación, cuando vio a un oficial aproximarse hacia el gritando su nombre. Tenía una llamada urgente.

Luego de diez minutos mi casera se había calmado y por fin estaba hablando coherentemente. Me dijo algo de una explosión en mi apartamento, que habían llegado los bomberos.

        Señor Cruz, la policía está aquí, ¿tiene usted alguna idea de lo sucedido?

        No se, yo solo le pedí favor a la señora Sánchez que alimentara a mi gato.

        Martita, hay no. Es que los bomberos sacaron un cuerpo de su casa, estaba tan quemado que era imposible decir quien era. Hay, la pobre Martita – y comenzó a llorar tristemente.

        No tengo idea de que pudo haber pasado.

        Alo. Aquí habla el Detective Diéguez. ¿Hablo con Santiago Cruz?

        Si. Buenas noches.

        Si, eh, mire, necesito que me responda varias preguntas. ¿Usted cuando vuelve?

        Mañana temprano, ¿saben la causa del incendio?

        Aparentemente se inició en la habitación principal, por una explosión, según me dicen. Es todo lo que le puedo decir por ahora. En cuanto este en la ciudad necesito que me llame.

        Si, está bien. Y mire…

El detective colgó el teléfono. Me quedé inmóvil por varios segundos. Tenía miedo de regresar a la ciudad.

Hidalgo Sánchez, hombre sádico, vegetariano, delgado, moreno, de ojos saltones y nariz torcida, era un oficial de policía hijo de la difunta Marta Sánchez. Estaba entrando a su casa luego de haber atendido a la escena de un crimen en donde la víctima resultó ser su madre. Hidalgo sabía quien era el culpable, era Félix Espino, cuyo nombre código era “Añil”, pero no planeaba ni delatarlo ni matarlo pues era su cómplice. Hidalgo Sánchez era miembro de una banda criminal, respondía bajo el nombre código “Naranja”. Tomó el teléfono y llamó al asesino de su madre.

        Aló, ¿ Añil? Aquí habla Naranja

        Aquí el Añil, Adelante Naranja, le escucho..

        El plan falló, imbécil, mi madre era la que estaba en el apartamento. ¡Mataste a mi madre hijo de puta!

        Imposible. Puse la granada para que explotase al abrir la puerta del cuarto del mirón ese.

        Pues la que estaba en el cuarto era mi mamá. El mirón anda de viaje.

        Si yo se, debía regresar hoy en la noche.

        Voy a matar a ese estúpido. El cerote va a venir a la estación mañana, yo te aviso cuando salga para que lo agarren.

        No, no es buen momento, van a sospechar de que tenemos a alguien adentro.

        Bueno, pero yo quiero matarlo personalmente.

        Le tengo planeado algo peor. Ya no hablemos de esto por teléfono, juntémonos mañana en el lugar de la foto después de almuerzo.

Hidalgo colgó el teléfono. Tenía una fuerte migraña y estaba iracundo. Lo único que quería era matar al que creía culpable por la muerte de su madre.

Lunes diez de octubre de mil novecientos ochenta y ocho. Habían pasado casi dos meses desde el incendio de mi apartamento. Ahora vivía en una casa en las afueras de la ciudad. Aun no había ido a la policía a dar mi declaración de lo del incendio, eran las diez horas con cuarenta y ocho y estaba en camino a hablar con el Det. Diéguez.

Entrando en la estación, vi a un oficial de policía, se me hizo familiar pero no recordaba donde lo había visto. En su uniforme estaba bordado su apellido: Sánchez, me puse frente a su escritorio.

        Disculpe oficial Sánchez, ¿lo conozco de algún lado?

        Nunca lo había visto – Me dijo viéndome a los ojos

        Debo estar confundido, ¿la oficina del Detective Diéguez?

        Yo soy su ayudante, pase, por el pasillo, la tercera a la derecha.

La oficina era pequeña, escondido debajo de una montaña de papeles se escondía un escritorio, y detrás de el estaba sentado un hombre, con la mano en los pantalones, profundamente dormido. Toqué la puerta. No despertó. Toqué más fuerte. El hombre entreabrió un ojo, al verme pegó un brinco y se sacó la mano.

        Señor Cruz, vaya que le tomó tiempo venir – dijo el oficial extendiendo la mano.

Sacudí la cabeza indicándole silenciosamente que no pensaba darle la mano por nada del mundo. Levanté mi mano a la altura del hombro y lo saludé de lejos.

        Si, es que por seguridad decidí esconderme un par de meses.

        Se escondió bien, no pude encontrarlo.

        Bueno, vengo a dar mi declaración.

        Ya no es necesaria, sabemos que no tiene nada que ver con esto. Lo que sí necesito es que me recoja los bienes que sobrevivieron al incendio del depósito.

        He, está bien.

        La próxima vez que desaparezca, avíseme en donde va a estar, por si necesito hablar con usted.

        Bueno, le aviso de una vez, el primero de diciembre me mudo, y me cambio de nombre de nuevo.

        Déjele su dirección a mi ayudante, el oficial Sánchez, en el quinto escritorio al salir del pasillo.

        ¿Dónde recojo mis cosas?

        En el depósito, la bodega que esta a tres calles de aquí, al salir, tres cuadras a la izquierda. Ah, y tengo a su gato, se lo iré a dejar.

        Gracias. Después del 2 de diciembre si se puede.

        No hay problema. Cierre al salir.

Al salir de la oficina fui con el oficial y le di mi nueva dirección. Decidí no ir por mis cosas al depósito, después de todo, había logrado vivir sin ellas estos dos meses. También decidí no cambiarme el nombre. El trámite era simplemente demasiado engorroso.
Categoría: El Arco Iris Peludo | Ha añadido: andresjimenez (2008-12-19) | Autor: Andres Jimenez
Visiones: 749 | Comentarios: 2 | Ranking: 5.0/1 |
Total de comentarios: 2
2 Miska  
0
maaaanooo esta re cool en serio!q buen trip!

1 Eduardo  
0
lo amo pero vas muy de prisa puto! lo del guevo metalico me parecio el detalle mas original, ha! cada vez me gusta mas el cuento enhorabuena!

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