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Andres Jimenez Ventura
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Literatura > Fábulas Noctámbulas > El Arco Iris Peludo



El Arco Iris Peludo (Parte 2)

Un miércoles de luna llena. Habían transcurrido cuarenta y ocho lunas desde el accidente. Con el tiempo, cada día me volví más y más paranoico. Estaba seguro de que me estaban siguiendo, de que me espiaban y que querían matarme.

Han pasado seis meses lunares desde el intento de homicidio, sesenta y ocho lunas, o sea, ocho meses lunares y dos lunas desde el homicidio en el bosque. Ese día, siete de octubre de mil novecientos ochenta y siete, a las siete horas con cuarenta y ocho minutos me di a la fuga.

Deje todo como estaba, no llamé camión de mudanza ni nada. Solo tome todo lo que tenía de valor o que me fuera a ser de utilidad, lo metí en mi auto y fui a un apartamento amueblado que acababa de rentar.   

Luna cuarto creciente, llevaba catorce lunas en mi nuevo apartamento y todo parecía haber regresado a la normalidad. Hoy sábado veintiocho de noviembre recibiría por fin mis nuevos documentos. A partir de ese día respondí bajo el nombre de Santiago Díaz. Era el primer día desde hacía casi diez meses en el que me sentí tranquilo y feliz. No me agradaba del todo el haber dejado mi antiguo nombre y posesiones, pero si me agradaba el empezar a dejar atrás todo lo sucedido, el olvidarlo, y dejarlo como otra de tantas experiencias no placenteras. También adopté un gato ese día.

Martín Prem, recién comenzando su tercera edad, es un hombre indeciso, analítico, inteligente, perspicaz, levemente paranoico, de estatura mediana y voz aguda; tiene el hábito de portar un frasco en donde escupe cuando masca tabaco, también tiene un tic nervioso que lo obliga a parpadear fuertemente con el ojo derecho cada dos segundos. Martín trabaja de detective, empezó como policía hace cuatro décadas, y fue promovido hace tres.

El Det. Prem es el detective a cargo del caso de la mujer encontrada muerta en el bosque. En la escena del crimen se encontraron huellas que indicaban que alguien salio huyendo de ahí y además huellas de siete zapatos distintos, un identificador perteneciente a un testigo y el cuerpo, el cual no proporcionó mucha información. La víctima era mujer, María Salas,  ama de casa de veintiocho años que tenía tres hijos y dos perros, desparecida hace una semana.

El Det. Prem recibió varias pistas de gente en los alrededores que vio algo anormal ese día, pero todas eran un callejón sin salida. Todas menos ésta.

Josué Blanco le había proporcionado la matrícula de dos autos que vio estacionados a cuatrocientos metros de la escena, en una carretera que daba al bosque, de los cuales vio salir a siete personas que llevaban una “maleta” más grande de lo normal.

Martín Prem se jubilaría el año próximo, y quería resolver este caso antes de eso. Los tres autos estaban registrados a una empresa, cuyo dueño registrado había muerto en los años veinte y en el local inscrito estaba ubicado un restaurante chino. Un oficial, Hidalgo Sánchez, reportó haber visto uno de los autos parqueado en un motel. El detective iba en camino, había dado órdenes de vigilar el vehículo.

Una vez en el motel se dirigió a la recepción, en donde le proporcionaron el número de la habitación, en la cual estaban tres hombres. Llamo por radio al oficial y le indicó que siguiera con su patrullaje. Fue a la habitación número seis y llamó a la puerta

Dos lunas después. Sábado de luna llena cinco de diciembre de mil novecientos ochenta y siete, a las nueve horas con catorce minutos y veinticuatro segundos me encontraba caminando por el centro de la ciudad.

A mi derecha estaba un callejón, en el cual vi a varios gatos conglomerados alrededor de un objeto extraño y sangrante. Me acerqué para ver de qué se trataba.

Pudo haber sido algún animal muerto, pero para mi desgracia se trataba de un niño, muerto de forma similar al que vi en el bosque.

De inmediato fui a un teléfono público y llamé a la policía, quienes me llevaron a la estación, me sentaron en un cuarto y me interrogaron por varias horas.

Esta vez me ordenaron no salir de la ciudad, y tampoco cambiar de nombre otra vez. También me informaron que debía notificarles en caso de mudarme. Salí cabizbajo de la estación, deprimido, preocupado.

Pensé: <¡No puede estar pasándome esto otra vez! ¡Es imposible! Ahora se va a repetir la historia otra vez…>

Regresé a mi apartamento y me acosté. Permanecí ahí varias horas, con la mente en blanco. No sabía ni en que pensar, mucho menos que hacer. La paranoia me había alejado de casi todos, no tenía con quien hablar al respecto.

Tres meses lunares y cuatro lunas pasados el segundo asesinato, catorce novilunios pasado el primero. Un jueves de luna nueva, a las diecisiete horas con cuarenta y cinco minutos y treinta y seis segundos del diecisiete de marzo de mil novecientos ochenta y ocho me encontraba de nuevo en la jefatura de policía. Hace una luna me había llegado una carta por el correo, citándome en ese lugar ese día a esa hora, y como buen ciudadano, acudí.

        ¿Es usted Santiago Díaz, anteriormente conocido como Roberto Cruz? – preguntó el oficial.

        Si.

        Verá, yo estoy a cargo de la investigación de los homicidios de los niños, y hay algo que nos preocupa.

        ¿Qué tengo yo que ver con eso?

        A eso voy, verá, usted ha sido el que reportó ambos casos. En el primero, estaba casualmente acampando en el área, luego cambió de nombre y de domicilio, y el día siguiente reportó el segundo, ¿no cree que es demasiada coincidencia?

        Y ¿Cómo explica que me hayan intentado matar? Dígame oficial.

        Detective Diego Diéguez por favor – dijo arreglando su solapa – ¿Se refiere a cuando casi mata a tres oficiales? No le conviene que hablemos de eso.

        Bueno, y soy sospechoso entonces.

        Encontramos un identificador con una cuerda que contenía su nombre y dirección anterior en la primera escena del crimen, y unos binoculares en la segunda.

        Esos objetos fueron reportados perdidos en mi primera declaración. ¿No le parece algo descuidado de mi parte el dejar ambos objetos para luego llamarlos a ustedes?

        ¡El que hace las preguntas aquí soy yo!

        Bueno. – Contesté algo nervioso e intimidado.

El interrogatorio continuó así por un par de horas, luego nuevamente me repitieron que no debía huir ni cambiarme de nombre ni mudarme sin notificarles primero. Estaba harto de todo esto.

Cinco meses lunares y dos lunas después del interrogatorio, dieciséis meses lunares y una luna transcurridas después del primer asesinato. Estaba de viaje, en el interior del país. Tenía planeado regresar ese día pero a última hora decidí quedarme unos días más.

Sentado en el hotel, con una cerveza enfrente y una piscina detrás, el calor costero me daba tranquilidad. Pasó por mi mente que mi gato se quedaría sin comida, saque mi agenda de teléfonos del bolsillo derecho de mi pantalón , le pedí al bar tender el teléfono y marqué el número de mi vecina.

        Aló. Martita.

        Si, ¿quien llama?

        Soy Santiago, su vecino de al lado, le quería pedir un favor.

        Si lo puedo hacer, con mucho gusto.

        ¿Puede ir a mi apartamento, y poner más comida en el plato de mi gato? La comida esta en el gabinete inferior derecho del lavaplatos, y el plato de comida esta en el balcón.

        Está bien, con mucho gusto. ¿Qué tal tu viaje?

        Bien, bastante bien de hecho, ah por cierto, la llave está debajo de la alfombra.

        OK.

        Bueno, la dejo Martita, muchas gracias.

        Que se divierta, adiós.

        Adiós.

Categoría: El Arco Iris Peludo | Ha añadido: andresjimenez (2008-12-17) | Autor: Andres Jiménez Ventura
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