Martes dieciséis de Mayo de mil
novecientos ochenta y nueve, Torre de Justicia, despacho de la jueza “pollo
chueco”.
Dolly Sierra de Duarte se le insinuaba a
cualquier hombre menor de veinticinco, su mejor cualidad era su capacidad de
incomodar a cualquiera, amargada de nacimiento, enana y coja, tenía piernas
escuetas, pies grandes y una amorfa panza floja, no había tenido sexo desde la
luna llena del sábado veinticinco de octubre de mil novecientos sesenta y nueve,
casualmente su noche de bodas. Tenía la maña de hacer muecas cuando algo le
molestaba. En el arco iris respondía bajo el sobrenombre “Amarillo”, era hija
de Rojo y esposa de Azul. Se encontraba en su despacho con su asistente.
–Necesito que le de este sobre al
mensajero, para que lo entregue personalmenteal detective Diéguez en la jefatura de policía lo antes posible. También
necesito que me mande a pedir a Macdonald’s un desayuno deluxe, de esos que traen pan
queques y huevos, con jugo de naranja, no café, y que sea grande. No, no, sabe
que, mejor dos muffins de salchicha, y un jugo, o mejor un café, si, un café grande. Y un mi
heladito con caramelo y chocolate. Ah, y me urge que me traiga el expediente
del caso del señor ese, el flaco que quemaba gatos, ya sabe cual ¿verdad? Ah, y
llame a mi marido y dígale que ya hice el mandado que me pidió. Y… nada mas,
solo eso, se le quedó ¿o se lo repito?
–Si su señoría.
–¿Sí se le quedó o sí que le
repita?
–No se preocupe, ya le entrego el
sobre al mandadero, que se lo de personalmente a Diego, el detective y después
le mando a pedir el desayuno y llamo al Sr. Duarte.
–Y el caso. El expediente…
–Esta es su escritorio su señoría.
–Ah, es este fólder ¿verdad? – dijo
echándole un vistazo.
–Sí, ese mismo.
–Entonces tenga. Archívelo, y
tráigame el del caso de los muertos esos que encuentran a cada rato.
–¿De cual de los homicidios?
–Hay no se, tráigalos todos.
La asistente giró los ojos y suspiró. Tomó
el fólder y se fue a hacer los mandados. Odiaba a su jefa, pero pagaba bien,
aunque no lo suficiente. Dolly brinco a su silla y tomó el teléfono.
–Alo. ¿oficial Sánchez? Si, mira,
ya le mande la orden de cateo, espero que ya tengan todo listo.
–Todo en orden.
–Perfecto.
Dolly tenía solo una cosa bonita, su
cabello, largo, castaño y sedoso,estaba
muy orgullosa de el, y tenía la idea de que cuando la gente lo miraba, dejaba
de tomar en cuenta todas sus imperfecciones. Constantemente se lo cepillaba, sobre
todo cuando estaba nerviosa, y en sus ratos de ocio, observaba las puntas en
busca de flor.
El Det. Diéguez estaba, como de costumbre,
dormido en su oficina rascándose los huevos. Hidalgo estaba en la puerta, con
un sobre en la mano, con una sonrisa en la cara, alguien le había dibujado un
bigote estilo Hitler y le quedaba muy bien. Se quedo viendo la escena unos
minutos y cuando el Detective estaba en su momento más apacible, tocó la puerta
tan fuerte como pudo. El Detective pegó un brinco, se puso derecho y con cara
de serio.
–Eh, ¿Qué sucede oficial?, estoy en
mi descanso. – Dijo con una voz más grave de lo usual, para no verse tan
holgazán.
–Me acaban de entregar la orden de
cateo para la casa del Sr. Santiago Díaz, también conocido como Roberto Cruz.
Pensaba que sería bueno ir tan pronto como sea posible.
–Si, si. Tiene toda la razón. Vamos
entonces.
Hidalgo sabía como llegar a la casa, pero
se hizo el despistado y dejo que el Det. Diéguez se perdiera, demorándose
cuarenta minutos en llegar al lugar, al que cualquiera hubiera llegado en menos
de diez. Una vez encontrado el domicilio, llamaron a la puerta sin respuesta
alguna. Acompañando al Detective iban cinco oficiales, incluyendo a Hidalgo.
–Oficiales, derriben la puerta.
–No tenemos el equipo para
derribarla, pero aquí el oficial Huerta tiene experiencia abriendo cerraduras –
Dijo Hidalgo
–¿Qué era ladrón?
–Casi, era bombero.
–Bueno, que la abra entonces.
Los oficiales entraron a la casa,
anunciándose a gritos. No hubo respuesta.
–Bueno, separémonos. Ustedes dos
vayan arriba, usted busque aquí en la planta baja, el oficial Sánchez y yo
vamos al sótano.
–¿Qué buscamos detective?
–Lo que encuentren, cualquier cosa
relacionada con los homicidios.
En la planta alta, los oficiales Rodríguez
y Huerta, fueron metódicamente cuarto por cuarto. No encontraron nada, hasta
que llegaron a la habitación principal. Esta tenía solo una cama, una mesa de
noche, un gabinete y un closet, en el cual solo había cuatro mudas de ropa. En
el gabinete encontraron una cámara, binoculares, y una cuerda con sangre, en la
mesa de noche encontraron fotografías de los cadáveres. Los oficiales metieron
todo en bolsas plásticas
En la planta baja, el primer lugar en ser
revisado por el oficial Chinchilla fue la cocina. Se tomó la libertad de
prepararse un pan, tomo rodajas de pan de la despensa y fue al frigorífico en
busca de jamón, queso y con suerte alguna salsa. Al abrir el refrigerador salio
de este un vaho asqueroso, un aroma fétido, putrefacto. Adentro se encontraban doscientas
veintisiete bolsas Ziplock todas contenían algún tipo de carne descompuesta. En
la puerta de la nevera, había jamón y queso, el oficial Chinchilla los agarró,
cerró la nevera y se hizo su pan.
En ese momento el Det. Diéguez e Hidalgo
venían de regreso, el detective caminaba con prisa, cojeaba y tenía el seño
levemente fruncido. Hidalgo estaba serio, por fuera al menos. Ambos entraron a
la cocina.
–¿Qué hace comiendo oficial?
Pórtese serio hombre, estamos investigando un homicidio… – el detective respiro
profundamente – ¿Te cagaste Chichilla?
–No detective, eh, es que así huele
la refri…
–¿Y no investigó de donde venía el olor?
–Es que no tengo guantes, usted
dijo que no contamináramos la evidencia.
–Tiene razón, vayan afuera a
revisar el patio, esto de aquí voy a revisarlo yo.
Ambos oficiales salieron de la cocina y
fueron al patio. Se sentaron en un par de sillas plásticas que había a la
sombra de un sauce.
–¿Por qué andaba cojeando el
detective? – pregunto el oficial Chinchilla.
–Fuimos al sótano, y la puerta
estaba cerrada, y por hacerse el gallo la quiso botar a patadas. Y no miras que
pega la gran patadota y se va de hocico en las gradas. – Dijo Hidalgo entre
risas.
–Eh, y ¿encontraron algo ahí?
–La luz no servía y no trajimos
linterna.
–Yo tengo aquí una, ¿vamos a ver?
–No, esperémoslo.
–Bueno.
–¿Y que era eso que apestaba?
–Un montón de bolsitas con carne
molida, o algo así.
–No viste ni que era …
–No, ahí que se muera de asco
Bigotitos, yo no iba a meter las manos en esa mierda, estaba comiendo.
–¿No sabes quien fue el genio que
le puso esos bigotes?
–Fue el Huerta, y el idiota todavía
no se ha dado cuenta.